miércoles, 2 de mayo de 2018

PRIMER AMOR de Antonio Dal Masetto Y la producción de un guión



GUÍA DE ESTUDIO  para la producción de un guión


A partir del cuento PRIMER AMOR de Antonio Dal Maseto produciremos un guión. Para ello, primero debemos familiarizarnos con el cuento




PRIMER AMOR  de Antonio Dal Masetto

En  aquellos tiempos todavía no odiaba nada ni a nadie. Tenía doce años y estaba enamorado. Meses atrás, no muchos, había cruzado el océano en un barco de emigrantes, había visto llorar a hombres rudos, había llorado a mi vez y me había escapado de popa a proa para ponerme a soñar con América.
      Miraba el horizonte y fantaseaba acerca de llanuras, caballos impetuosos, espuelas de plata y sombreros de alas anchas.
        Lo que me esperaba al cabo de la travesía fue un puerto como todos, hierro y óxido, anchas avenidas empedradas, bandadas de palomas y más allá una ciudad como un muro. Después vino el tren lento a través de los campos invernales, estaciones vacías, campanazos que anunciaban las partidas y estremecían el silencio y, finalmente, el pueblo. Nada de sombreros de ala ancha.
        Lo primero fue cambiar los pantalones cortos por unos mamelucos, los zapatos por alpargatas. Me enseñaron el recorrido de la clientela, me dieron una bicicleta y me pusieron a repartir carne. Tuve que enfrentar el desconocimiento del idioma y soportar las burlas de los pibes en las que, por lo menos al principio, no alcanzaba a distinguir más que la palabra gringo. De todos modos no me quedaba quieto y cuando tenía uno a mano me le tiraba encima. Pero no había demasiada convicción en esas peleas. Y en los baldíos, en las calles de tierra, lo único que dejamos fueron algunos botones de nuestra ropa.
        Lo cierto es que ahora pedaleaba de mañana, pedaleaba de tarde y estaba enamorado. Ella se llamaba Renata, usaba trenzas, tenía los ojos pardos y vivía en una gran casa, con una chapa de bronce en la puerta, donde yo tocaba timbre cada día para entregar el pedido. La amaba porque era hermosa, porque era la hija del doctor y porque era malvada. Por lo menos eso comentaban entre ellas algunas clientas, cuyas hijas eran compañeras de Renata en el colegio de monjas. Nunca me pregunté qué clase de perversidades pudieron haberle ganado ese calificativo. Pero en esos meses, para mí, la idea de la maldad se convirtió en un atributo de la perfección.
        El domingo en que la vi por primera vez, Renata cruzaba la plaza con unas amigas: venían de misa. Ella caminaba en el centro, lideraba el grupo, hablaba muy seria, la cabeza erguida, y las demás alborotaban alrededor.
Vaya a saber lo que sentí realmente, quedé turbado y esa noche tardé en dormirme. De algún modo debí intuir que con aquel encuentro se abría una etapa nueva. Hasta ese momento me había estado asomando al pueblo y sus calles como sobre un pozo sin fondo, donde no había respuestas, ni siquiera preguntas, sólo estupor y una calma de agua estancada. Recuerdo los amaneceres escarchados, la quietud del río, las noches sin vida, los dos caballos tristes y pacientes bajo la lluvia en el terreno cercado por alambres de púas, frente a nuestra casa. Vivía como aletargado por todo eso, sumergido en un asombro quieto y distante. No sabía si algo en mí estaba exigiendo un cambio. Era un adolescente inquieto, aunque la prueba a la que estaba sometido casi no me permitía rebeldías, no pedía aceptación ni rechazo, simplemente me rodeaba con su abandono, me enquistaba y me anulaba.
        Después de encontrarme con Renata, en los días siguientes,  cuando averigüé que vivía en aquella casa y me puse a soñar con ella, aprendí, entre otras cosas, que había en mí una capacidad de sufrimiento hasta entonces insospechada. Y me lo repetía a cada rato: “Sufro, estoy sufriendo, nunca sanaré de este dolor”.  Estaba realmente convencido. Pero también era cierto que todo ese desgarramiento no me debilitaba, al contrario, comenzaba a instalar señales reconocibles y familiares en esos días vacíos. A medida que aceptaba ese mundo como mío, percibía que se iba desintegrando la rigidez que me separaba de todo. La esperanza que cada mañana respiraba en el aire frío, el sobresalto renovado cada vez que veía a Renata salir del colegio entre sus compañeras (un delantal blanco siguió representando para mí, durante mucho tiempo, el símbolo del amor y la aristocracia pueblerina), eran cosas reales, que me devolvían una identidad. De este modo, sin saberlo ella, la presencia de Renata iba introduciendo cierto orden en mi desconcierto. Me hundía en la impotencia y al mismo tiempo me salvaba del desarraigo. Seguramente, por lo menos al principio, ni siquiera debió darse cuenta de mi existencia. Y aun más tarde, después del encuentro en el jardín, es probable que no haya vuelto a fijarse ni a acordarse de mí. Sin embargo, desde esas distancias, ella me marcaba una dirección. Yo me sometía, sufría y me sentía vivo.
        Y así, aquellas calles se llenaron de actividad, de cálculos, de horarios, de estrategias. Siempre estaba yéndome o llegando, partía en mi bicicleta con cualquier excusa, me ofrecía para todos los mandados. Pasaba por su casa, por la de alguna amiga, por la iglesia, por el club, por cada sitio donde suponía que podía estar.  Corría permanentemente. En realidad, era ella la dueña del movimiento. Se desplazaba y yo respondía girando a su alrededor, a una cuadra de distancia, a cinco, a diez, como si estuviese atado con un hilo, ensayando vastos rodeos, encarando finalmente por una calle donde ella venía avanzando, para cruzarla de frente y pasar a un par de metros, pedaleando fuerte, la mayoría de las veces sin atreverme siquiera a mirarla. Llevaba en el bolsillo una libreta en la que anotaba:
“Martes 17, la vi; miércoles 18, la vi; jueves 19, la vi dos veces; viernes 20, la vi, me parece que me miró”.
        Una mañana toqué timbre y salió ella a atenderme. Había delirado con esa ocasión, pero no supe qué hacer y todos mis planes se diluyeron. Me quedé mirándola, inmovilizado, con mis mamelucos color ladrillo y mis alpargatas deshilachadas.
        —Traigo la carne —murmuré, con un tono y una torpeza que me hicieron sentir avergonzado.
        No se dignó tomar el paquete. Se hizo a un lado y me señaló una puerta:
        —Dejalo ahí, sobre la mesa.
        Obedecí. Cuando ya me iba oí que decía:
        —Esperá.
        Me detuve.
        —¿Por qué siempre me andás mirando? —preguntó.
        Sentí que me temblaban las rodillas y aparté la vista.  Me dije que no habría otra oportunidad como ésa y me esforcé por construir una respuesta en un castellano decente, aunque cuando la tuve lista ya era tarde.
        —Vení —dijo Renata.
        La seguí. Recorrimos el pasillo y salimos, por la puerta del fondo, al jardín que tantas veces había vislumbrado desde la calle. Aquello era como estar en un mundo prohibido. Renata me guió entre una doble hilera de naranjos, hasta la pared que separaba el terreno de la casa vecina.
        —¿Sabés qué es? —preguntó señalando con el dedo.
        —Un rosal —contesté.
        —Eso es lo que parece —dijo.
        Se mantuvo en silencio, pensativa, durante unos minutos, y advertí que era más alta que yo. Después se acercó más al rosal y me contó una historia:
        —Mi bisabuela se llamaba Renata, igual que yo. Mi bisabuelo viajaba y la dejaba mucho tiempo sola. Era una mujer bellísima. Se enamoró de un sobrino, quince años menor que ella. Pero él la rechazó. Entonces lo mató y lo enterró acá, junto al muro. A la semana notó que en este lugar había nacido un rosal. Tomó una tijera y lo cortó. El rosal volvió a crecer.  Lo cortó. Y así muchas veces. Hasta que un día, mientras trataba de arrancarlo, se pinchó un dedo con una espina y quedó embarazada. Cuando dio a luz vio que el chico era el sobrino al que había asesinado. Pensó matarlo otra vez, pero finalmente decidió criarlo. El chico no paraba nunca de mamar, jamás estaba satisfecho. Acabó con su leche y comenzó a chuparle la sangre. Mi bisabuela se fue debilitando y al tiempo murió.
        Mientras hablaba, Renata no había dejado de mirarme. Calló y oí  el chillido de los pájaros.
        —Dame la mano —dijo ella.
        Estiré el brazo. Me arrastró suavemente, acercó mi mano al  rosal  para que me pinchara con una espina. Soporté sin chistar,  sin moverme. Retuvo mi dedo para ver brotar la sangre. Entonces busqué en sus ojos el placer perverso del que había oído hablar. Lo que vi fue gravedad y, me pareció, un velo de tristeza.
        —Ahora —sentenció—, vas a quedar embarazado, como mi bisabuela.
        Me soltó. Un golpe de viento trajo el olor de la primavera próxima. Sentí que ese jardín no se encontraba en el pueblo, sino en otra parte, lejos, y que tal vez nunca tuviese que marcharme. Por un momento pude pensar que entre Renata y yo no había diferencias, que éramos iguales y lo seguiríamos siendo mientras permaneciésemos ahí.
        Ella volvió a hablar.
        —Andate —dijo.
        No había prepotencia en su voz, ni siquiera era una orden, sino la manifestación simple y clara de algo que debía ser hecho.
        Crucé el jardín, salí a la vereda y caminé hasta doblar la esquina. Apoyé la bicicleta contra un árbol, saqué mi libreta, la abrí y aplasté la gota de sangre sobre una hoja en blanco. Volví a guardarla en el bolsillo de la camisa, contra el corazón. Después me llevé el dedo a los labios y lo mantuve ahí. Monté y pedaleé calle abajo, hacia el horizonte quieto y abierto que se divisaba más allá de las casas.

1- Relacioná el contenido biográfico de este cuento con la vida del autor, para ello   lee https://www.pagina12.com.ar/diario/verano12/subnotas/23-51139-2010-12-28.html 

2- ¿Cómo se describe a Renata? ¿Qué se  nos dice de ella? Establecé una relación entre ella y personajes femeninos de la Antigüedad caracterizados por la maldad y la belleza.
https://www.mdzol.com/nota/261029-las-mas-malas-de-las-malas-mujeres-perversas-de-la-historia/

3- ¿Cómo describe el narrador las sensaciones producidas por el enamoramiento? 
4- ¿Qué historia fantástica le cuenta Renata al narrador? ¿En qué sentidos tiene vinculaciones con el amor? 
5- ¿Qué obsesiones quedan expuestas en la historia? 
6- ¿A través de qué datos se evidencian las diferencias sociales?
7- ¿Qué comparación se puede establecer entre el cuento Primer Amor y las escenas de Grandes Esperanzas que vimos?

PRODUCCIÓN DE UN GUIÓN LITERARIO.

Aquí tenemos el ejemplo del guión de Grandes Esperanzas.  En él podés observar que se indican los lugares de la acción y se describen las escenas. Como nosotros estamos en el colegio, no creo que filmemos la historia, por eso es  necesario que atendamos a la redacción de los diálogos para que la acción avance en ellos. Por otra parte es importante que   tengamos en cuenta que las descripciones se hacen con los verbos en presente

1 EXT. MARSHES, KENT - DUSK 1 

A boy runs across the dark, flat wilderness of the North Kent marshes. A bitterly cold December evening, the misty light is fading and the boy races as if trying to outrun the darkness. This is PHILLIP PIRRIP - ‘PIP’. He is eight years-old. 

2 EXT. CHURCH, MARSHES - 

A small, squat church sinks on the boggy ground. A yew tree - PIP snaps off a twig and adds it to the forlorn bunch of wintery sticks he carries. A modest tombstone bears the inscription; Here lies PHILLIP PIRRIP late of this Parish. Also GEORGIANA, wife of the above. Also ALEXANDER, BARTHOLOMEW, TOBIAS, ABRAHAM, ROGER. Five tiny lozenge-shaped graves mark the childrens’ final resting place.

PIP lays his modest tribute and sets about brushing away the weeds and dead-leaves that clutter the grave - - as an IMMENSE FIGURE looms behind him and snatches him up. PIP goes to cry out, but a filthy hand is clamped across his mouth as he is hoisted, weeping and struggling, into the air. 

THE CONVICT MAGWITCH,   Hold your noise! Hold your noise, you little devil, or I’ll cut your throat!   Tell us your, name! Quick! 

PIP  Pip! 

MAGWITCH Once more! Give it mouth! 

PIP  Pip! Pip, sir!

Then PIP is flipped upside down, held by his ankles, shaken. 

MAGWITCH  Got wittles on you, boy? Tell me! 

PIP No, sir! - then upright again, he’s seated on a tombstone, his tiny face held in massive, manacled hands. 

MAGWITCH  What fat cheeks you ha’got. Darn me if I couldn’t eat em. Where’s your mother?

 PIP  There, sir! (MAGWITCH flinches -) ‘Also Georgiana’, with my father. My brothers too. 

MAGWITCH An orphan, eh? Who d’you live with? That’s supposin’ I let you live. 

PIP  My sister, sir - Mrs Joe Gargery, wife of Joe Gargery, the blacksmith, sir... 

MAGWITCH Blacksmith, eh? (a moment) You know what a file is? 

PIP  Yes, sir. 

MAGWITCH And you know what wittles is? 

PIP Yes, sir, food, sir. 

MAGWITCH (breath hot on PIP’s face) Now I ain’t alone, as you may think I am. There’s a young man hid with me in comparison with which I am an angel, has a secret way of getting at a boy, and at his heart, and at his liver, so that they may be roasted and ate. It is in vain for a boy to hide from that young man. A boy may lock his door, may tuck himself up, may draw the clothes over his head, and that young man will softly creep and creep his way to him and tear him open...

Estas indicaciones te pueden servir para la escritura del guión LITERARIO: 
https://www.youtube.com/watch?v=PDPxbjgySK4&t=12s

https://www.youtube.com/watch?v=mFeYc-VM4cI&t=67s