El Modo Fantástico (FANTASY)
La literatura fantástica es una marca que identifica a la cultura argentina del siglo XX. Heredera de la tradición de Europa, en especial de la inglesa, impregnó las lecturas de los más importantes autores, tanto que inspiró a algunos de ellos a escribir de este modo. Mucho se ha escrito acerca de la literatura fantástica, principalmente a partir de 1970, año en el que Todorov publicó su Introducción a la literatura fantástica. En esta obra, él define a esta clase de literatura como perteneciente a un género aparte. Sin embargo, otros autores prefieren hablar de modo fantástico o simplemente de fantasy, ya que es una especie que se halla presente desde el inicio mismo de la literatura y tiene cultivadores en todas las épocas. Rosemary Jackson[1] (1986) explica que la palabra fantasy se aplicó a cualquier tipo de literatura que no tuviera una representación realista: mitos, cuentos de hadas, cuentos de horror o ciencia ficción, es decir, a todo aquello que representa la existencia de lo inabarcable para el ser humano, aquello en lo que se esconde lo oscuro que no se puede comprender por la razón y que no tiene un correlato en lo que es fácilmente comprobable o que resulta imposible hacerlo. Lo propio del escritor es producir mundos imaginarios.
Algo fantástico violenta lo que se entiende como posibilidad y, en literatura, construye una nueva realidad en sí misma. Jackson se remite al crítico ruso M. Bajtín (1895-1975), quien considera que el fantasy proviene de la «menipea», un género que rompía las probabilidades del realismo histórico; combinaba pasado, presente y futuro; daba como posibles los diálogos con los muertos o los estados de alucinación, sueños y desvaríos, además de transformaciones y situaciones extraordinarias. Para los críticos, la «menipea» es una sátira en prosa, y como ejemplo de ella se señala El asno de Oro de Apuleyo (s. II), única novela completa que se conserva de la Antigua Roma, en la que el protagonista, muy interesado en la magia, termina convirtiéndose en un asno.
Si de diálogos con muertos o de descenso al inframundo se trata, es imposible soslayar la referencia al Canto XI de La Odisea o al Libro VI de la Eneida, en los que ambos héroes descienden al infierno para conocer lo que la suerte que les depara. En el siglo XX, Jean Paul Sartre (1905-1980), citado por R. Jackson en el libro ya mencionado, define lo fantástico como una literatura en la que se desconocen los significados definitivos. Para el filósofo francés, el valor de lo fantástico es establecer una forma perenne y diferente como óptica para leer dentro del mundo moderno materialista y secularizado, ya que en el fantasy se muestra un mundo natural transformado en otra cosa. Así se crea un orden alternativo, un territorio dislocado que lleva a salir de lo confortable y seguro.
De ahí se concluye que lo fantástico necesita de lo real para existir. Por ello, la definición más común de esta especie explica que, dentro de un mundo tal como lo conocemos, aparecen hechos o seres extraños, que descolocan de lo real y producen hesitación tanto en los personajes como en los lectores. Roger Callois (citado por Jackson) señala que «lo fantástico implica siempre una ruptura del orden reconocido, una irrupción de lo inadmisible, dentro de la inmutable legalidad de lo de todos los días». Por su parte, Mignon Domínguez [2](1984), en referencia a este tema dice: «… el relato fantástico no contradice las leyes del realismo literario, sino que muestra el irrealismo de estas leyes cuando la actualidad se considera problemática».
Como ejemplo de lo precedente se puede citar el cuento de H. G. Wells Historia del difunto Señor Elvesham[3]. Este cuento plantea un mundo conocido, ya que la historia se localiza en la ciudad de Londres en el siglo XIX y menciona espacios habituales, calles y estaciones de trenes que existen aún en nuestros días, es decir, que sobre el escenario de lo real aparece lo que disloca ese espacio de comodidad; ese mundo real se vuelve extraño por la posibilidad de que alguien pudiera poseer la fórmula de la juventud, tan deseada desde antiguo, pero a su vez con ello producir el mal en el otro. Como vemos, lo fantástico moderno implica un escape frente al mundo secularizado y materialista (Sartre). Ya no se está en el ámbito del mito o lo religioso. Se entra en los escollos de la mente humana, que es capaz de trastocar la realidad y producir esa duda que es la esencia de la literatura fantástica moderna. Aquí se pisa el mundo de las ensoñaciones, las cuales también forman parte de la realidad, porque se trata de dar coherencia a lo narrado. A través de las dudas y preguntas se pretende poner la historia fantástica dentro de los cánones de lo conocido y palpable, así como se tratan de inscribir en espacio y tiempo las disparatadas imágenes que aparecen en nuestros sueños, cuando queremos contarlos.
La posibilidad de formular preguntas sobre los relatos fantásticos y la habilitación para dar diferentes argumentaciones como respuestas sobre el significado de las historias, motivaron al crítico T. Todorov a hablar de vacilación, tanto en los protagonistas como en los lectores, quienes no pueden ni aceptar ni desechar los fenómenos que les fueron narrados. Dentro de la clasificación de lo fantástico, este autor también hace referencia a lo maravilloso y lo extraño. En lo maravilloso literario se crea un verosímil en el que el mundo de la magia, con personajes tales como hadas o duendes, no son cuestionados por el lector, como tampoco las resoluciones mágicas de las historias.
Otra categoría es la de cuento extraño. En éste se crean todas las condiciones como para que el lector entre en el mundo de lo fantástico, pero en estos casos hay un giro más puesto que lo que aparecía como inexplicable, dentro de lo ficción narrada, es en el desenlace, perfectamente racional. Estos cuentos o novelas deberían inscribirse dentro de un verosímil realista sin dar lugar a tantas categorizaciones. En ellos hay un juego retórico en el que la habilidad de la voz narrativa conduce al lector por un sendero que aparenta fantástico o terrorífico y cuya resolución, luego, resulta risible o sorprendente.
La escritora Ana María Shua[4] (2016) expresó en una conferencia que, para ella, la literatura argentina es fantástica puesto que es normal que se combinen, en un mismo libro, cuentos realistas y fantásticos, sin previo aviso, porque la literatura fantástica no es considerada un género, sino simplemente literatura. En este sentido Shua señala que: “los argentinos no sentimos que nuestra realidad sea mágica y barroca, sino más bien sobria y extremadamente absurda. Más kafkiana que garcíamarquesca” Se podría explicar este fenómeno a raíz de la escasa influencia que tuvieron, en el habitante porteño al menos, las culturas originarias. Más bien la cultura que llegó al Río de la Plata fue libresca, imbuida de las modas europeas y poco, o nada, se fusionó con lo originario.
Las clasificaciones de lo fantástico se hacen muy difíciles. Adolfo Bioy Casares ensayó una suerte de explicación en su prólogo a Antología de la Literatura Fantástica de 1940:
“Los cuentos fantásticos pueden clasificarse, también, por la explicación:
a) Los que se explican por la agencia de un ser o de un hecho sobrenatural. b) Los que tienen explicación fantástica, pero no sobrenatural ("científica" no me parece el epíteto conveniente para estas intenciones rigurosas, verosímiles, a fuerza de sintaxis). c) Los que se explican por la intervención de un ser o de un hecho sobrenatural, pero insinúan, también, la posibilidad de una explicación natural (Sredni Vashtar de Saki); los que admiten una explicativa alucinación. Esta posibilidad de explicaciones naturales puede ser un acierto, una complejidad mayor; generalmente es una debilidad, una escapatoria del autor, que no ha sabido proponer con verosimilitud lo fantástico”
Pierre Verdevoye señala que el ser humano que vive en una época de cuestionamientos, de subversión de valores y en la que todo es relativo, manifiesta su desconcierto y se rebela contra lo lineal, para reproducir literariamente, los oscuros mundos interiores en los que se plasman las dudas y el temor. Estos elementos fantásticos pueden ir tomando diferentes dimensiones, puesto que también es fantástico aquello no nombrado que va ocupando la casa de la que habla Julio Cortázar (1914-1984) en su célebre cuento Casa Tomada[5]. Así se produce un extrañamiento muy profundo de la realidad por eso, aunque no se mencionen elementos sobrenaturales o apariciones fantasmagóricas, el trastrueque de lo conocido produce el horror.
Antecedentes de la literatura fantástica en Argentina: Eduardo Holmberg
Horacio Kalibang o los autómatas tiene una clara influencia del cuento El Hombre de Arena (1817) de E.T.A. Hoffman. Si bien no hay certezas de que Holmberg lo conociera, se conjetura que muy posiblemente lo haya leído en su idioma original. El cuento de Hoffman, además de la figura de la autómata Olimpia, plantea los traumas de Nataniel: un hombre al que de niño lo aterrorizaban con la aparición del hombre de arena, si no se iba a dormir temprano. El protagonista asocia que el abogado Coppelius, de aspecto desagradable y quien rechazaba a los chicos, es ese ser siniestro de sus miedos. El padre de Nataniel había muerto haciendo experimentos alquímicos con el mentado Coppelius, lo que había aumentado la carga de rechazo que el joven sentía por el maldito individuo.
Años después y comprometido con Clara, Nataniel cree hallar, en el vendedor de barómetros Coppola, a la figura metamorfoseada de Coppelius. Coppola le vende un anteojo con el que puede mirar el interior de la casa del profesor Spalanzani. Allí descubre a la hermosa hija de este sujeto y cae, inocentemente, en los engaños de Spalanzani, quien promueve las visitas de Nataniel a su hija Olimpia. Él, olvida a su novia y se sumerge en la pasión por una mujer inexpresiva, que responde escasas frases. Al final de la historia descubre la realidad, la mujer es una autómata.
Este cuento está marcado por lo siniestro y el terror, no así el de Holmberg que tiene aspectos irónicos y se centra en un personaje que pretende ser absolutamente racional, el burgomaestre Hipknock.
La historia de Holmberg, por el contario, no aborda temas psicológicos sino que muestra la capacidad del hombre de replicarse en autómatas, para engañar hasta a los más cautos racionalistas.
En ambas obras está presente la apetencia del hombre por entrar en relación, incluso amorosa, con los autómatas, como se verá en Horacio Kalibang o los autómatas.
En este cuento, la acción se inicia durante la fiesta de cumpleaños de Luisa, la hija del burgomaestre. Si bien se trata de un festejo para la joven, ésta permanece como adorno del marco y es mostrada de forma estática, y bastante poco generosa, por parte del narrador, aunque la muestre hermosa:
“Es una preciosa criatura, muy parecida a las lindísimas muñecas que fabrican en Nüremberg, mi ciudad natal. Con esto he dicho todo. Sus ojos de cielo tienen ese candor de la inocencia sin límites; su cabellera de oro cae en rizos a los lados de sus mejillas, rosadas como una aurora y frescas como la hoja de una lechuga, y sus labios, cual esas guindas de la Selva Negra, no sé qué reminiscencia despiertan en el paladar, a tal punto que algo húmedo se estremece y se desliza por el ángulo derecho de la boca.
¡Quince años! La edad más deliciosa para una mujer, porque no obstante tener ya en punto ese inconsciente que llamamos corazón humano, su cabeza goza del más etéreo y divino de los vacíos.
¡Quince años! La edad en que no se piensa en nada, so pena de pensar en algo menos...”
Frente a la inconsciencia y vacuidad de esta joven, suceden los hechos que interesan al lector. El narrador en primera persona, Fritz, es primo del burgomaestre. Durante la velada un comensal, Blagerdorff, desafía a Hipknock con la llegada de un hombre que puede perder el centro de gravedad. Se trata de Horacio Kalibang, un hombrecillo de escasa estatura y expresividad. Hipknock no se contenta con lo que ha visto, por ello de manera subrepticia persigue a Kalibang y descubre que un acompañante le da cuerda, por lo tanto no se trata de un humano, sino de un autómata. Hipknock no se altera por ello, ya que ha desvelado lo que resultaba irracional.
Holmberg, como positivista, deja abierta la posibilidad de que el conocimiento y la ciencia se desarrollen tanto que puedan dar las condiciones para que los humanos creen a otros humanos mecánicos, cuya perfección sea tal, que resulte difícil descubrirlos.
En el punto del relato en el que nos hallamos, hay un yerro importante en cuanto a la estructura narrativa, puesto que un narrador omnisciente se inmiscuye sin aviso. Es el que ha seguido a Hipknock , éste no concuerda con la voz narrativa de Fritz. Según Carlos Abraham (2015), la imaginación de Eduardo Holmberg logra que se desvanezca lo defectuoso de la estructura compositiva. Algo que no se le permitiría a un autor actual.
Hipknock, luego del descubrimiento sobre la identidad de Kalibang, es invitado por un fabricante de autómatas, Oscar Baum, a presenciar una extensa demostración de las posibilidades creativas, tanto que hasta le muestra que es posible replicar la escena del cumpleaños de Luisa, con los mismos personajes. En este lugar, aparece otra vez Fritz como el narrador en primera persona, puesto que está acompañando a Hipknock.
El relato se cierra como se abrió pero, en este caso, es la fiesta de casamiento de Luisa; los lectores no pueden saber si ha pasado mucho o poco tiempo en el medio de ambos festejos. Es fácil intuir que habrá un desenlace inesperado. El autómata Horacio Kalibang se presenta como regalo de bodas del primo Fritz y revela, a través de una carta, que el fabricante de autómatas es él mismo, quien despechado porque amaba a Luisa, se ha fabricado una autómata como ella.
Esta es la manera de hacer eterno el amor que ha sentido por Luisa: “(…) tengo su autómata, que me amará perpetuamente, sin cambio, ni mudanza, porque será mi amor grabado de un modo indeleble en las respuestas sinceras de sus resortes…”
Fritz se despide confesando que ha llenado al mundo de autómatas:
“Cuando, sumergido en el torbellino de la política, encuentres algún personaje que se aparte de lo que la razón y la conciencia dictan a todo hombre honrado... puedes exclamar: es un autómata.
Cuando, sumergido en las grandes batallas del pensamiento, tu adversario científico llame en su apoyo los misterios de la fe, puedes exclamar... ¡es un autómata!
Cuando veas un poeta que te pinta lo que no siente, un orador que adula al pueblo; un médico que mata, un abogado que miente, un guerrero que huye, un patriota que engaña, un ilustrado fanático y un sabio que rebuzna... puedes decir de cada uno de ellos ¡es un autómata! Sí, Hipknock, sí: he llenado el mundo con los productos de mi fábrica.
Recuerda con frecuencia (…) a tu primo Fritz. Persiste en tus ideas: ¡son la luz del porvenir!”
Este final, cuyos párrafos están estructurados a modo de paralelismo poético, es como un canto de fe en las posibilidades de la humanidad, a lo malo sólo lo harán los autómatas.
Holmberg, a pesar de sus múltiples conocimientos científicos, no analiza ni busca dar coherencia a lo fantástico. Su cuento se inscribe dentro de lo que se conoce como literatura de anticipación. De hecho, en la actualidad, la robótica se ha desarrollado mucho. En cierto sentido los autómatas de Holmberg son predecesores de los robots de Isaac Asimov, sólo que éstos son capaces de copiar las malas cualidades humanas o de desarrollar un pensamiento propio.
Tanto en Horacio Kalibang y los autómatas, como en El Hombre de Arena, aparece una imagen desprestigiada de la mujer en cuanto a su inteligencia, ya que en el cuento de Holmberg, Fritz se contenta con fabricarse una novia autómata con el aspecto de Luisa, de la que dice en la primera parte del relato: su cabeza goza del más etéreo y divino de los vacíos, a pesar de que le parezca muy hermosa. Algo similar sucede con la autómata Olimpia de El Hombre de Arena; a los ojos de Nataniel, es amable aún cuando sólo sepa repetir unas pocas palabras y sea totalmente inexpresiva. En ambos casos a los enamorados les ha interesado, solamente, el aspecto externo de las jóvenes.
El burgomaestre Hipknock es el portavoz del ideario cultural que compartían los hombres de la Generación del 80: "Las sociedades científicas —dice— tienen derecho de ser la razón; el pueblo no tiene más derecho que ser el sentimiento; para el sentimiento, hay Dios; para el sentimiento, hay un alma inmortal."
[1] JACKSON, ROSEMARY (1986), "El modo fantástico", en: Fantasy. Literatura y subversión,
Catálogos, Buenos Aires. Seguimos su exposición por
ser muy completa
[2] Mignon
Domínguez , CUENTOS FANTÁSTICOS HISPANOAMERICANOS, Buenos Aires, Huemul , 1984
[3] AAVV
Noches de Pesadilla, Buenos Aires, Alfaguara, 2012
[4] http://evaristocultural.com.ar/2016/05/20/literatura-fantastica-argentina.
En el enlace citado se halla el
artículo.
[5]
Este cuento apareció en el libro BESTIARIO de 1951 y recibió múltiples
interpretaciones.
[6]
Terán, Oscar, HISTORIA DE LAS IDEAS EN LA ARGENTINA, Buenos Aires, Siglo XXI,
2008.