martes, 16 de abril de 2019
PRÓLOGO
Justificación de la colección:
El mundo de los niños ejerce en la literatura una atracción especial, no sólo el de los cuentos para niños sino el de los cuentos para adultos que los tienen como protagonistas. Sin duda lo atrayente es el desafío que significa para el narrador hacer las elecciones apropiadas para que la voz infantil que construye , con una mirada restricta, incomode al lector con sus extrañamientos y lo atrape invitándolo a introducirse en ese mundo de ocultamientos e inexperiencias infantiles.
Thomas Pavel dice que cuando se está atrapado por una historia se participa en los acontecimientos ficticios proyectando “un yo de ficción” que asiste a los acontecimientos imaginarios y frente a ellos se experimentan sentimientos porque se proyecta sobre esa ficción, todo lo que se sabe sobre el mundo real. Que se produzca este pacto ficcional es más difícil cuando la voz que narra es la de un niño o cuando se focaliza en una mirada con restricciones cuyas elipsis debe completar el lector.
Para esta colección se han elegido personajes infantiles en los que se entrecruzan la inocencia y las pasiones no domesticadas, eso hace que ese mundo se pueble de momentos extraños principalmente cuando los protagonistas entran en la metamorfosis inevitable de la pérdida de la inocencia y el mundo de los adultos les da la espalda dejándolos inermes.
Julián de Juan José Hernández
Anita de Juan José Hernández
Los venenos de Julio Cortázar
Final del juego de Julio Cortázar
Las invitadas de Silvina Ocampo
El vástago de Silvina Ocampo
Si muriera antes de despertar de William Irish
Vanka de Antón Chejov
Una constante de todos los textos es la marcada escisión entre el mundo de los chicos, y el de los adultos. Ambos grupos conviven y manejan representaciones diferentes que muchas veces son antagónicas. Los grandes en estos cuentos aparecen para advertir, juzgar, prohibir y castigar.
De niños, juegos y descubrimientos
En los cuentos de Juan José Hernández, ANITA Y JULIÁN, el narrador innominado y su amigo Marcelo- protagonistas de ambas historias- juegan con una araña pollito obtenida a cambio de un anillo de oro, en el primero, y comparten aventuras con un chico de una extracción social diferente a la de ellos, en el segundo.
La voz del narrador oscila, en ambos cuentos, entre la primera persona del singular y la primera del plural haciendo una simbiosis entre los inseparables amigos. Se narran los hechos de manera cronológica. En Anita el narrador dice: “Así nos aseguró el hombre del turbante que conocimos (…) hace un mes”, el verbo en presente implica que el narrador contará la historia desde su presente lo que hace descubrir que todo el relato es una analepsis.
A través de él, el lector descubre que estos niños que juegan a ser muy valientes por ponerse la araña pollito en el pecho, en realidad han sido víctimas de la estafa del hombre del turbante. Es una reposición que debe hacerse porque la mirada del narrador, que es el agente focalizador de la historia, está obturada por la emoción de haber conseguido el insecto y ocultárselo a la abuela. Lo mismo pasa en JULIÁN, el narrador cuenta, como por casualidad, que le desaparecían objetos. Si bien las malas intenciones del nuevo compañero de juegos son denunciadas por la tía Sabina a lo largo de la historia, sólo al final el narrador descubre que ha sido víctima de la malignidad de Julián. Y así se produce una mutación en él: “En el trayecto a casa corté una rama de arbusto y con el cortaplumas empecé a desgajarla hasta que fue adquiriendo la forma de una espada”.
Julián juega con la credulidad del narrador y Marcelo a los que engaña con la truculenta muerte del diariero debajo de un tren, también les dice que las heridas de fustazos con los que lo habían reprimido por robarle al hombre, eran marcas de nacimiento. Esto produce una incomodidad en el lector , quien se niega a creer, al igual que el narrador y Marcelo, que al final de la historia la verdad caerá del lado de la hipocondríaca tía Sabina, que todo es lineal y esperado. Precisamente lo que descoloca al lector es que la historia sea tan lógica.
A lo largo de la historia el narrador menciona vicios pero sin conciencia de los mismos: “No pude disimular mi envidia”, “sus palabras despertaron nuestra codicia”. Por la focalización a través de la mirada infantil, el lector infiere que el narrador no domina sus pasiones, que su psicología está en construcción.
El tema de los vicios o pecados capitales, de los que nadie suele hablar en la actualidad pero que pertenecían a las representaciones infantiles de la década del ´60, aparece también en LAS INVITADAS de Silvina Ocampo. En este cuento se abre un mundo a espaldas del adulto en el que un narrador en tercera persona focalizará en la mirada de Lucio, el protagonista, quien vivirá una extraña fiesta de cumpleaños acompañado por su criada, mientras sus padres hacen un paseo a Brasil en vacaciones de invierno.
LAS INVITADAS es un cuento fantástico ya que presenta un mundo natural cuyas reglas cambian para convertirse en otra cosa ¿quiénes son las niñas que llegan al cumpleaños? ¿por qué se presentan cuando no están los padres de Lucio?, ¿por qué él toma con tanta naturalidad esa visita? El narrador señala, cuando el niño les sale al encuentro: “Lucio se detuvo en la puerta del cuarto, ya parecía más grande”. De modo extraño el protagonista pasa por la experiencia de los pecados capitales personificados por niñas con nombres que riman con lo que representan, Teresa: pereza, Alicia: avaricia, Irma: ira, etc.
La llegada del “pecado”, en el mundo construido por Silvina Ocampo, implica la entrada en otra etapa para Lucio, por eso hacia el final del cuento la focalización está puesta en la criada y se lee en su monólogo interior indirecto: “…pero creo que Lucio se enamoró de una ¡la del regalo!, sólo por interés. Ella supo conquistarlo sin ser bonita. Las mujeres son peores que los varones. Es inútil”.
La mirada restringida de la criada produce una elipsis en la representación de que
Lucio ha elegido a Livia, la que simbolizaba el despertar del amor y su tránsito de la niñez a la adolescencia.
Relacionados con el paso de la niñez a la adolescencia a través del descubrimiento del amor (o sucedáneos) están los cuentos de Julio Cortázar LOS VENENOS y FINAL DEL JUEGO. Por varias razones estas historias se pueden tomar en paralelo. Por un lado, ambos cuentos son narrados por voces juveniles en primera persona y por otro, porque la historia que se va contando de alguna manera no es la principal, la que ocultan los narradores, es la que conmueve al lector.
En LOS VENENOS el narrador en primera persona, un niño, ubica al lector en Banfield en época de vacaciones, el disparador de la historia es la compra de una extraña máquina negra para matar hormigas cuya peligrosidad causa las mentiras y las exageraciones del mundo de los adultos. Según la abuela por tocar la lata de veneno tres chicos de Flores habían muerto retorciéndose.
El narrador enuncia desde su presente: “Me acuerdo que mi hermana vio venir a tío Carlos…” , es decir que la continuación del cuento es una analepsis, un recuerdo.
La historia sobre la máquina y los métodos para matar hormigas deja intersticios abiertos por los que el narrador cuenta sus juegos con Lila, la llegada del primo Hugo y cómo esa visita trastocará el mundo que él creía perfecto. Otra vez la focalización en una mirada infantil hace que la historia sea otra para los lectores quienes comprenden la relación que se establece entre Lila y Hugo en la que el narrador y su hermana quedan despechados. Hacia el final del cuento el niño lo descubre y en un impulso de ira, recarga la máquina con un exceso de veneno. Al igual que el personaje de Hernández se ha metamorfoseado a raíz de un descubrimiento doloroso.
En FINAL DEL JUEGO la narradora en primera persona cuenta un juego de estatuas y actitudes que hacían ella y sus hermanas , una de ellas físicamente defectuosa: Leticia, en el terraplén del ferrocarril para que los pasajeros del tren las vieran. Como en LOS VENENOS la llegada de un personaje produce una ruptura y será causa de la metamorfosis infantil. Ariel, estudiante de un industrial, las cita a través de una nota que arroja por la ventanilla. Leticia, hacia quien iban dirigidas las intenciones de Ariel, no va a la cita y le da una carta a su hermana Holanda.
El contenido de la carta es una elipsis que debe reponer el lector. En el relato la narradora desconoce el contenido de la carta pero a partir de la mención de ésta y la estatua de despedida alhajada con joyas de la madre y la tía que quiere hacer Leticia, el mundo de los juegos y la fantasía infantil se acabará tal como lo señala Holanda: “Vas a ver que mañana se acaba el juego” Esta frase sentenciosa es una prolepsis porque de hecho el lector entiende que es eso lo que pasará.
La narradora enuncia desde el presente: “Lo que cuento empezó vaya a saber cuándo, pero las cosas cambiaron el día en que el primer papelito cayó del tren”.
A partir de la oración citada el tiempo de la historia se va a señalar con claridad:
“Fue un martes cuando cayó el papelito”(…) ”pero eran las cuatro y media” (…) “El jueves yo hice la actitud del desaliento” (…)
En ambos cuentos de Cortázar la escisión del mundo infantil del de los adultos se marca a través del afuera al que los narradores aluden como “la puerta blanca”. El afuera es la libertad, un jardín con plantas y hamacas o el terraplén a la hora de la siesta. Los interiores son compartidos con familiares que retan y dan encargues u órdenes y hacen valoraciones desde una mirada que no condice con las de los niños.
En Vanka de Antón Chejov, un narrador en tercera persona, pero que mira a través de los ojos del niño, cuenta las desventuras de un huérfano alejado de su casa y de su abuelo para ir a aprender el oficio de zapatero en otra ciudad. El relato incluye una carta en primera persona redactada por el mismo Vanka. Al final del cuento el lector descubre que ésta nunca llegará a destino, su redacción se irá demorando por las descripciones del espacio y las prospecciones que hace el niño sobre lo que hará su abuelo en esos momentos.
En la carta están los recuerdos de Vanka y las referencias, en forma de analepsis, de lo que le ha pasado días anteriores: “Ayer me pegaron. El maestro me cogió por los pelos y me dio unos cuantos correazos por haberme dormido arrullando a su nene. El otro día la maestra me mandó destripar una sardina, y yo, en vez de empezar por la cabeza, empecé por la cola; entonces la maestra cogió la sardina y me dio en la cara con ella. Los otros aprendices, como son mayores que yo, me mortifican(…)”
Dentro del relato, por fuera de la carta, también abundan las analepsis en las que el niño recuerda su vida amable junto al abuelo en una temporalidad más alejada.
El desenlace se produce cuando Vanka echa la carta en un buzón. A causa de su inocencia no pone estampillas ni la envía por correo, ningún adulto se lo dijo. Por eso en el final él duerme tranquilo y el lector se queda con la incomodidad de saber que nadie leerá esa carta y que los sufrimientos de Vanka no acabarán. En la mirada infantil que por su naturaleza pierde las lógicas de la realidad está la carga del cuento. En el maltrato que recibe el niño y su desamparo puede leerse que irá perdiendo la inocencia.
Policiales con niños
Los dos cuentos policiales incluidos en esta colección El vástago de Silvina Ocampo y Si muriera antes de despertar de Irish, a pesar de haber sido elegidos por Borges y Bioy Casares para su famosa antología de cuentos policiales, son absolutamente diferentes.
El cuento de William Irish es un policial de enigma, según la clasificación de Todorov , en el que un niño, Tom, hace las veces de detective siguiendo las pistas que ha dejado una compañera secuestrada por un maniático.
La mirada está focalizada en un niño que vive dos veces la misma situación: la desaparición de compañeras del colegio. De la primera apenas tiene pinceladas de recuerdos. El narrador comienza enunciando en el presente: “No recuerdo mucho acerca de ella, porque yo tenía 9 años en ese entonces; ahora voy a cumplir 12. Lo que recuerdo con toda claridad son aquellas sus golosinas y que, de pronto, no la volvimos a ver”. A partir de esta cita, el narrador refiere en una analepsis su recuerdo sobre la relación entre él y la compañera, que por las escenas de diálogos que detienen la velocidad del relato y las pausas descriptivas que interrumpen la duración, crean mucho suspenso.
La focalización en el narrador infantil que dice tener pocos recuerdos –aunque muy descriptos - de la desafortunada Millie Adams, invitan al lector a reponer lo que le va faltando al relato, si bien las elipsis son bastante obvias: “El director de la escuela vino antes de las tres, acompañado de dos hombres vestidos de gris que parecían oficiales de policía” (…) “Un día, más o menos tres meses después de lo que acabo de relatar, vimos a miss Hammer, nuestra maestra, con los ojos enrojecidos como si hubiera llorado; eso fue en el momento en que sonaba la campana”
Cuando se produce la desaparición de la segunda niña, Tom quiere ayudar a su padre porque es el único que vio al hombre que las seducía con golosinas para matarlas en una casa del bosque, sin embargo, como el niño está castigado, debe escaparse para proseguir la investigación que se narrará en forma lineal. El lector va de la mano del narrador por los vericuetos de la historia en la que abundan, otra vez, las pausas para descripciones que retardan la acción del enfrentamiento con el asesino.
En este cuento la metamorfosis del niño se produce porque ayuda, sin tener conciencia de ello, a la policía a atrapar a un psicópata y por la experiencia violenta que le toca vivir. También cambiarán las valoraciones que recibe: “Mi padre se sacó la insignia y me la prendió en mi pijama”
El mundo de los adultos aparece en Si muriera antes de despertar, como cruel y represor tanto por parte de maestros como de padres, sin embargo todo está exagerado por la mirada de Tom.
Si se habla de un mundo en el que los grandes mortifican a niños, el cuento de Silvina Ocampo, EL VÁSTAGO, es uno de los mejores ejemplos. Este cuento clasificado como policial es en realidad, como casi todo lo de Silvina, inclasificable. La historia comparte con lo policial la muerte de un viejo a manos de su bisnieto, un niño entrenado sutilmente por sus familiares hartos de la maldad de este hombre extraño al que se menciona como Labuelo. La forma en la que está contada está historia, el relato, es lo que lo hace extraño y que no sea solamente un policial.
“Hasta en la manía de poner sobrenombres a las personas, Ángel Arturo se parece a Labuelo; fue él quien bautizó a este último y al gato, con el mismo nombre. Es una satisfacción pensar que Labuelo sufrió en carne propia lo que sufrieron otros por culpa de él. A mí me puso Tacho, a mi hermano Pingo y a mi cuñada Chica, para humillarla, pero Ángel Arturo lo marcó a él para siempre con el nombre de Labuelo. Este de algún modo proyectó sobre el vástago inocente, rasgos, muecas, personalidad: fue la última y
la más perfecta de sus venganzas”
En el inicio del cuento, este narrador en primera persona, desde el que se focalizará,
hace una prolepsis de lo que va a pasar en la historia. El lector desconcertado la entenderá recién al llegar al final del cuento. El narrador oculta a propósito muchos hechos cuyas elipsis es complicado completar, en algunos casos porque ni él mismo las sabe: “Por un extraño azar, Leticia no confesó que yo era el padre del hijo que iba a nacer. Quedé soltero. Sufrí ese atropello como una de las tantas fatalidades de mi vida. ¿Llegó a parecerme natural que Leticia durmiera con mi hermano? De ningún modo natural, pero sí obligatorio e inevitable”
¿Por qué Labuelo obliga a casarse al hermano con la amante de Tacho, el narrador? ¿Es que Leticia era amante de los dos? ¿O es nada más por el placer de hacer sufrir?
También en el relato abundan las analepsis y se demora en descripciones acerca de las torturas que les infligía el avaro y misterioso Labuelo a los jóvenes. El relato fascinante de las maldades del viejo cambia de tono cuando nace Ángel Arturo, a quien Labuelo le va a permitir jugar hasta con su pistola de nácar, la planificación del crimen es fácil para los tres cómplices quienes no saben que caerán en las redes del niño como lo habían estado en las del viejo.
“Ahora, Ángel Arturo tomó posesión de esta casa y nuestra venganza tal vez no sea sino venganza de Labuelo. Nunca pude vivir con Leticia como marido y mujer. Ángel Arturo con su enorme cabeza pegada a la puerta cancel, asistió, victorioso, a nuestras desventuras y al fin de nuestro amor. Por eso y desde entonces lo llamamos Labuelo”
Lo que hace extrañar al lector es la mansedumbre con la que los dos hermanos y Leticia aceptan un destino de sufrimiento, primero a manos de Labuelo y luego como herencia en Ángel Arturo, el vástago. Esto acercaría al cuento a las lindes de lo fantástico, en el que se toma como natural que un abuelo se vengue, después de muerto, en la figura de su bisnieto como si éste fuera su doble.
Como se ve en esta colección de cuentos con niños las metamorfosis hacia la madurez son de sesgos diferentes. Las hay de chicos que abandonan sus intereses en los juegos para volver la mirada hacia los atisbos del amor o del odio y en otros casos el tránsito hacia la pérdida de la inocencia se produce frente a la hostilidad del mundo de los adultos que no sólo no los entiende sino que también se complace frente a los sufrimientos.
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